Los contemplaban con miedo mientras desempacaban objetos que nunca habían visto. Esos seres ingenuos y primitivos desarrollaron nuevas creencias basadas en la espera de los cargueros, pensaban que eran enviados por los dioses para su prosperidad.
Los soldados tenían medicinas que podían curar y en poco tiempo fueron objeto de adoración. Los ritos fueron cada vez más importantes hasta propagarse entre varias tribus.
Pero un día la guerra terminó y con ella desaparecieron estos hombres dioses y sus cargamentos. Desde entonces, los pobladores esperan que algún día regresen y que el poder de los hombres blancos pueda ser heredado por ellos.
Entre los rituales que aún practican, los nativos recrean sus propios cargamentos, utilizando los recursos propios de sus islas.
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La humanidad ha generado sus cultos, convirtiendo los signos en mitos y dioses. Esa necesidad quizá explique los fenómenos ajenos a la comprensión.
Seguramente hay aún una frontera mucho más grande llena de bruma por descubrir.
Sobre ella algún día se configurarán nuevos rituales. Así los hombres transitan sus miedos y la necesidad de esperanza.
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